Los precios de la energía en Europa ya se estaban disparando antes de la intervención militar rusa en Ucrania, pero desde entonces y tras la aprobación de las sanciones contra el país eslavo, están subiendo a unos niveles nunca vistos. En países como Francia o Alemania, los de la electricidad ya se multiplican por diez con respecto al año anterior. La crisis energética ya es un hecho, y la situación es tan grave que gobiernos y diferentes organismos están asumiendo que buena parte de la población pasará verdaderas penurias el próximo invierno.
Los efectos de las sanciones y de la guerra económica contra Rusia son contundentes: Moscú ingresa a día de hoy un 89% más que hace un año por exportar hidrocarburos hacia la Unión Europea, pese estar vendiendo un 15% menos de cantidad de combustible. Los países de la UE gastan actualmente unos 13.916 millones de euros al mes en comprar carbón, petróleo y gas rusos, frente a los 7.330 millones de media mensual que pagaban hace un año, cuando los precios empezaban ya a dispararse tras la pandemia.
Todo un fracaso de la UE, que desde hace semanas sostiene una carrera contrarreloj de cara al invierno, preparándose para un posible corte total del suministro del gas que viene de Rusia (a día de hoy, el principal gaseoducto, el Nord Stream I, tan sólo transporta un 20% de su capacidad) y para un más que probable aumento de la inestabilidad política.
En su esfuerzo por asegurar el abastecimiento, la UE, además de planificar racionamientos y limitaciones en el consumo, está sustituyendo el gas ruso por gas natural licuado (GNL), que es transportado en barcos desde países como Qatar o Estados Unidos (sólo en la primera mitad de 2022, los yankees aumentaron su negocio exportando casi el doble que en todo el 2021). Pero además de no llegar en cantidades suficientes, el precio del GNL es mucho más elevado que el gas que viene por tuberías (más aún con la actual depreciación del Euro respecto al dólar), con lo que esta alternativa están lejos de ser una solución.