La exposición ‘Paisaje para las cuatro estaciones’, de Ricardo Galán Urréjola abre este miércoles sus puertas en la sala San Nicolás Bajo en el Castillo de Santa Catalina y tendrá como protagonista una gran pieza pictórica de 30 metros de longitud, en la que se refleja el paso del tiempo y el cambio de estaciones a lo largo de un año natural. Este paso del tiempo se plasma en la mutación del paisaje durante las cuatro estaciones.
Formada por 21 piezas yuxtapuestas, la pieza recorre el invierno, la primavera, el verano y el otoño en una secuencia que supone un canto a la naturaleza y a la defensa del medio ambiente que además incorpora el paso del tiempo como algo novedoso en el sentido conceptual y en el físico, ya que hay que transitar la obra para su observación.
Las cuatro estaciones de un año pasan ante nuestros ojos convertidas en pintura. Para ello el autor ha utilizado una fórmula pictórica que permitiese una gran libertad de acción, pudiendo pasar de una zona a otra con las máximas posibilidades creativas posibles, tanto en la composición, el color, el gesto pictórico y otras cuestiones técnicas. Es por ello que Urréjola ha elegido para este ambicioso proyecto una especie de expresionismo abstracto muy matizado por su propia personalidad y largos años de oficio como pintor.
En palabras de Urréjola: “Lo cierto es que una vez entendido que podía desplazarme en cualquier dirección a lo largo de toda aquella extensa superficie; enlaza y sube, baja y sigue avanzando o vuelve si es necesario a merced de los intereses expresivos y plásticos, el ritmo pictórico se volvió muy ágil, se comportaba como un baile al son de una música inexistente, un swing silencioso.
A finales de enero el tiempo era frío y desapacible, el estudio en silencio y en la quietud que precede a la batalla. Las primeras manchas de color que marcarían el comienzo del invierno fueron azules, no un azul marinero de verano sino un frío y brumoso azul invernal, matizado con carmines, grises y blancos que poco a poco iban convirtiéndose en verdes tamizados con ocres amarillos que daban paso limpia y alegremente al ambiente propio de la primavera. El aire cambia y se respiran otros matices. Aparece todo lo verde que llovió y florecen los colores salpicando de euforia todo lo que encuentran en el camino para festín de los sentidos. Lo propio de la primavera.
El verano también llegó pronto y como cada año los colores volvieron a cambiar, abundando los ocres dorados macerados al sol, los verdes cálidos y los azules ultramar que evocan la horizontalidad del mar y los niños chapoteando en su orilla. El verano siempre termina en la víspera. A esos niños siempre se les hace corto. En octubre me encuentro la paleta salpicada de colores tierra sombra, algunos verdes tamizados como el de la oliva entremezclados con carmines. Es como empezar de nuevo y esperar la lluvia mientras las luces se doran y las sombras se alargan. El aire se ha hecho más fino y se ha teñido de un magnífico aspecto pretérito, como barnizado. Es otoño”.
Esta obra incorpora el tiempo como elemento sustancial en dos aspectos. El primero está ubicado en la propia naturaleza descriptiva de este enorme cuadro, al introducirnos en el paso del tiempo en el desarrollo de un año natural. El segundo aspecto se encuentra en su propia estructura longitudinal de 30 metros que hay que recorrer para su visualización.
Si esta obra puede ser definida en algunos términos, éstos tendrían algo que ver con pintura, belleza, defensa, armonía y esperanza. La muestra, que se podrá visitar hasta el 18 de septiembre, se complementa con un conjunto de ocho obras individuales más de formato medio, con obra de corte expresionista abstracto.