En esta exposición se recorren los diez últimos años del trabajo de Rubén Guerrero (Sevilla, 1976), a través de un conjunto de obras pictóricas puestas a dialogar —e incluso a discutir— entre ellas mediante conjuntos adecuados a la división espacial del Claustrón Sur del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Junto a los cuadros, en el gran corredor que aúna todo el espacio, el artista ha accedido a mostrar por primera vez una selección de maquetas que él mismo construye como fase previa o coetánea a la realización de sus cuadros. Pero esta aceptación tiene truco: reconstruidas algunas, todas menos dos han sido incluidas en un display expositivo a modo de mesas que permiten una visión desde arriba y alrededor. Ángel Calvo Ulloa ha señalado al respecto que «las maquetas no ocupan el lugar de un modelo, no se plantean como una imagen dispuesta para ser trasladada a la tela, sino que atienden quizás más a una lógica que plantea alteraciones en la percepción».
Sin embargo, y pese al riesgo que esta novedad supone con respecto al protagonismo que en su pintura tiene lo autorreferencial y el proceso de creación de la imagen pictórica, el espectador no debe despistarse y tiene que concentrar su atención especialmente en sus cuadros y en las relaciones que en las diferentes salas se establecen entre ellos, puesto que, como ha escrito Joaquín Jesús Sánchez, su obra «produce una cascada de espejismos: lo abstracto que está extraído de lo concreto, lo industrial que es doméstico, lo azaroso que es premeditado. Este continuo escapismo de su obra permite una cascada igual de fragmentaria y rica de interpretaciones».
Además de una sala dedicada a sus dibujos, a la obra sobre papel –casi siempre más directa e inmediata–, Rubén Guerrero presenta, al final del recorrido, un gran nuevo cuadro, con referencias a Hugo Ball y a lo relacional, quizás porque, como señala Juan Canela, es necesario desplazar «el foco desde lo representacional hacia lo performativo, y dejarnos afectar por su presencia. Poder comprender su materialidad pictórica desde el lugar de la acción, del diálogo, de la conversación con los cuerpos». Recorrer, por tanto, los últimos diez años de Rubén Guerrero es entender su idea de la pintura como una voluntad de objeto.